Acabo de recibir un regalo muy especial: el libro cuya portada ilustra este texto. “Del 20N a 2020: la España que necesitamos”. En él, se publica mi intervención durante el curso de verano que tuvo lugar en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial el pasado mes de julio, y en el que pude compartir algunas reflexiones sobre los necesarios “Ajustes de las Autonomías”.
Es un honor poder dar voz a La Rioja en un ensayo colectivo en el que han participado más de un centenar de personalidades del ámbito político, y todo un orgullo poder firmar junto al actual Presidente del Gobierno, Mariano Rajoy.
Me reafirmo, cinco meses después, en la necesidad de suscribir un Pacto de Estado que permita cerrar el proceso de construcción autonómica. El nuevo Gobierno tiene un importante reto para este nuevo año: el Estado Autonómico es y ha sido un éxito colectivo en términos históricos pero debemos aclarar, entre todos, el modelo de Estado que queremos, para conseguir así la cohesión social, el progreso y la distribución justa de la riqueza que nos requieren los ciudadanos, a la vez que se pone fin a los agravios entre comunidades.
En los momentos difíciles es cuando debe aflorar con más fuerza el carácter trabajador, el afán de superación y la seguridad de los riojanos en sí mismos para defender lo nuestro, escribir juntos el futuro de La Rioja y hacer realidad nuestros sueños colectivos en 2012.
Pedro Sanz Alonso
Los viajes y sus correspondientes esperas en aviones, taxis o aeropuertos permiten sacar tiempo para escribir, para redactar comentarios como el que sigue, y recordar tiempos en los que la vida tenía un ritmo más pausado, más tranquilo. Y como el viaje que me ocupa está íntimamente relacionado con los productos agrícolas de calidad de nuestra tierra, quiero compartir con ustedes la debilidad por el aceite que me aborda desde niño.
Mi infancia huele a aceite. Sí, es uno de los olores que recuerdo de mi familia. En los sótanos de la casa existía un trujal de los llamados de sangre, por ser de tracción animal, que todos los años nos tocaba poner en funcionamiento. Claro está, primero había que recoger la oliva: mis padres, mis hermanos, algunos de mis tíos… La macho y la redondilla, principalmente, si no recuerdo mal.
La casa donde vivíamos fue en su tiempo del Marqués de Casa Torre, quien contando con olivares entre sus pertenencias, según los estudios que pude conocer a posteriori, decidió construir su propio trujal en los sótanos, para no tener que esperar su turno o como bien es comprensible, para evitar tener que pagar su correspondiente maquila.
Por eso, esa imagen del trujal, es uno de los iconos que permanecen en mi retina, desde niño, y el aroma de las olivas, ya hechas aceite, otra de las huellas de familia que no se borran.
Y es que Igea no es precisamente famosa por sus vinos, pero la calidad de su aceite, se lo garantizo yo, es extraordinaria. La almazara de la cooperativa es de las primeras que hubo en La Rioja y llegó a superar los 400.000 kilos anuales. Es una pena que los jóvenes no tomen el relevo de los mayores porque cada vez quedan menos olivicultores.
¿Y todo esto a cuento de qué? Pues todo ello está relacionado con la visita a Corera que pude realizar el pasado sábado, con motivo de la rehabilitación del trujal de Santa Bárbara. Un trujal que a pesar de su antigüedad, sigue en pleno funcionamiento, y es un elemento por ello de especial interés etnográfico, como reclamo turístico, para ser visitado, no solo en la fiesta de la ‘Pringada’.
Es hora de ir reivindicando estos dos conceptos, el turismo más popular, de raíces, y el aceite de oliva riojano, de gran calidad.